¿Por qué damos pantallas a los niños y niñas?
Niño/a usando una tablet

¿Por qué damos pantallas a los niños y niñas?

Reflexiones para entender por qué recurrimos a las pantallas y cómo equilibrar con una crianza respetuosa.

Hace unos años, cuando mi hija mayor estaba en  segundo de secundaria, viví uno de esos momentos en los que la crianza se vuelve una especie de prueba de resistencia.
En su clase, prácticamente todos sus amigos tenían móvil.  Casi todos.
Y no hablo de un colegio cualquiera, sino de un centro activo, de esos en los que las familias presumimos de acompañar a nuestros hijos “desde otro lugar”.
Pero en realidad, aquel curso fue una tortura: el constante “mamá, todos lo tienen”, “ claro… es que ellos hablan para quedar porque tienen móvil…” “podemos buscar un movil…” las comparaciones, las lágrimas, la sensación de que la estaba dejando fuera del mundo moderno y de su entorno si no cedíamos.

Aguantamos. No fue fácil. Había momentos en que me preguntaba si merecía la pena sostener el límite o si solo estaba generando distancia.

Y lo curioso es que, apenas cinco años después, con mi hija pequeña en el mismo curso, me he encontrado  con una  situación completamente opuesta. En su clase, no hay ni un solo móvil. Ni uno.
Cuando la profe nos los contó, la diferencia me dejó perpleja.
¿Cómo es posible que en tan poco tiempo hayamos pasado de que “todos lo tienen” a que “nadie lo tiene”?

Supongo que, por fin, algo ha cambiado en la conciencia colectiva.
Durante años, muchos lo advertíamos: las pantallas no son inocuas, y la infancia merece ser acompañada sin esa sobreexposición constante. Pero lo que antes eran voces aisladas —las de algunos educadores, psicólogos o familias “raras” como nosotros —, hoy se ha convertido en algo evidente, que está a la orden del día y que demuestran muchos estudios.
Por fin parece que como sociedad estamos empezando a mirar las pantallas con otros ojos.

Y, sin embargo, todavía las vemos en todas partes relacionadas con la infancia, aun sabiendo que son nocivas y el perjuicio que causamos a la larga.
El otro día, por ejemplo, fui a un restaurante familiar. Y en cinco mesas distintas, los niños estaban “entretenidos” con pantallas. Tablet, móviles, vídeos de YouTube.
Ojo, eran niños de todas las edades: algunos pequeños, con la mirada fija y los dedos resbalando sobre la pantalla; otros mayores, jugando o mirando vídeos mientras los adultos comían y charlaban.

Y allí me quedé, mirando la escena con un nudo en el estómago.
Familias juntas, pero separadas.
Padres y madres presentes, pero ausentes.
Niños y niñas acompañados, pero solos.

Esa imagen me removió profundamente.
No porque no lo haya hecho yo alguna vez —todos hemos recurrido a una pantalla para “salvar” un momento difícil—, sino porque me recordó lo fácil que es perder de vista por qué lo hacemos.

¿Por qué les damos pantallas a los niños y niñas? ¿Qué hay detrás de esta decisión tan cotidiana?¿Qué nos mueve como padres y madres a recurrir a estos dispositivos?

 

La comodidad disfrazada de necesidad

Para mi la primera razón es sencilla: dar una pantalla es cómodo. Cuando un niño pequeño se pone nervioso  en un restaurante, en la sala de espera del médico o mientras intentamos cocinar, encender un vídeo o darle el móvil es la solución más rápida.

Yo se, que ser madre o padre en estos tiempos no es sencillo. Vivimos cansados, desbordados y con mil tareas en la cabeza. Y cuando un niño se enfada, se aburre o reclama atención en medio del caos, el móvil aparece como una solución inmediata.
Es rápido, eficaz y, aparentemente, inofensivo.

Pero aquí hay una pregunta incómoda: ¿lo hacemos porque beneficia al niño, o porque nos resulta más fácil a los adultos? Y Me he dado cuenta con los años que  muchas veces, no lo hacemos por ellos, sino por nosotros.

“Si le doy la Tablet, se entretiene y yo termino lo que estoy haciendo”.

 Encender un vídeo o poner un juego en el móvil nos da un respiro.
Nos permite terminar de cocinar, atender un correo, descansar cinco minutos o simplemente respirar sin interrupciones.
Y eso es humano, profundamente humano.

Sin embargo, cuando ese recurso rápido se convierte en costumbre, deja de ser un apoyo y pasa a ser una muleta emocional.
Una forma de evitar el conflicto, el cansancio o la frustración.
Y lo entiendo, porque la maternidad y la paternidad modernas están llenas de exigencias: trabaja, sé paciente, cocina sano, educa con respeto, no grites, no falles.
En ese contexto, las pantallas son un refugio.
El problema es que ese refugio, poco a poco, nos aleja del vínculo que queremos cuidar.

A veces no se trata de prohibirlas, sino de preguntarnos desde dónde las ofrecemos.
¿Para calmar a nuestro hijo o para calmarnos a nosotros?
¿Para acompañar su curiosidad o para tapar su aburrimiento?

 

Una sociedad acelerada que no nos deja respirar

He llegado a pensar que el verdadero problema no son las pantallas, sino el ritmo de vida que las hace necesarias. Vivimos en una sociedad que no permite la pausa.
Todo tiene que ser productivo, inmediato, medible.
Y eso se traslada también a la crianza: queremos hijos felices, tranquilos, “estimulados” y que no se aburran nunca.

Como madres y padres, cargamos con expectativas poco realistas: ser trabajadores impecables, tener la casa en orden, una vida social activa y, además, criar de manera ejemplar.

¿El resultado? No llegamos a todo. Y cuando el ritmo nos sobrepasa, la tele, la tablet o el móvil  aparecen como una ayuda que calma a los niños y a adolescentes y que  nos permite cumplir con lo demás. Y que además justificamos por el ritmo de vida que llevamos.

Así los peques no reciben una interacción directa, una atención plena o un acompañamiento emocional. Aunque la pantalla pueda entretenerles, también puede generar una desconexión entre lo que ellos necesitan y lo que nosotros podemos ofrecerles en ese momento.

 

El miedo a que “se aburran”

El aburrimiento se ha convertido en un enemigo. Una idea muy extendida es que el aburrimiento es algo negativo. Nos da miedo que los niños digan “me aburro”, y sentimos la presión de tener que mantenerlos entretenidos entretenerlos con un montón de actividades y mantenerlos “estimulados”

 Y sin embargo, ¿no es en el aburrimiento donde nacen las ideas, la creatividad, la imaginación?

 Recuerdo que de niña podía pasarme horas inventando juegos con una piedra, palitos, una caja o una cuerda. Hoy, los niños viven tan rodeados de estímulos que apenas tienen espacio para inventar. El aburrimiento es necesario para el desarrollo. Es en esos ratos libres y sin estímulos externos cuando los niños desarrollan su creatividad, inventan juegos, exploran y aprenden a escucharse a sí mismos.

Cuando les damos una pantalla “para que no se aburran”, en realidad les quitamos la oportunidad de conectarse consigo mismos  y de aprender a gestionar la espera.
De sentir, de crear, de experimentar el tiempo vacío.
Ese mismo tiempo que luego nosotros, como adultos, buscamos desesperadamente con retiros, meditaciones o escapadas al campo.

Y pienso: quizá lo que estamos haciendo con las pantallas no es tanto un problema tecnológico, sino un reflejo de nuestra forma de vivir.
De nuestras prisas, de nuestro cansancio, de nuestra dificultad para detenernos y simplemente estar.

 

La culpa que no queremos mirar

Otra verdad que incomoda es que muchas veces damos pantallas por culpa.
Porque trabajamos demasiado, porque llegamos tarde, porque no jugamos lo suficiente.
Y en el fondo, creemos que compensamos con una película, un juego o un vídeo.

Yo también he sentido esa culpa.
Esa voz que dice: “pobrecilla, todo el día esperándome, al menos que vea un rato su serie favorita”.
Y entonces se la pongo, y por un momento me siento mejor.
Pero lo cierto es que lo que ella quería no era la pantalla, sino a mí.

Pero no se trata de ser perfectos, sino de ser coherentes y de ofrecer un vínculo auténtico. Lo que los niños realmente necesitan no es saturación de estímulos, sino experiencias significativas y relaciones de calidad. 

Con el tiempo he aprendido que la culpa no educa, solo paraliza.
Lo que sí transforma es la consciencia. Mirar de frente lo que pasa sin juicio, entender que no somos perfectos y que criar es un proceso de aprendizaje continuo.

No se trata de eliminar las pantallas, sino de recolocarlas. De devolverles su lugar: el de herramienta, no el de sustituto del vínculo.

👉 La pantalla puede dar la ilusión de aprendizaje, pero nunca sustituye al contacto humano ni al juego libre.

Lo que dicen las pantallas de nosotros como padres y madres

Dar una pantalla no nos convierte en malos padres ni madres.
Nos convierte en personas humanas, con límites, cansancio y contradicciones.
Pero sí nos invita a mirar hacia adentro.

Porque cada vez que un niño nos pide el móvil, lo que realmente nos está pidiendo es presencia.
Y cada vez que se lo damos sin mirar, le estamos enseñando, sin querer, que la conexión está fuera, en un dispositivo, y no dentro, en el vínculo.

Y eso, más allá de la tecnología, es lo que realmente me preocupa: Que estemos criando una generación que busca fuera lo que debería encontrar en la mirada de sus adultos.

Reflexionemos: 

  • ¿Estamos usando la tecnología como apoyo, o como sustituto de nuestra presencia?
  • ¿Qué mensaje reciben los niños cuando recurrimos al móvil en lugar de mirarlos a los ojos?
  • ¿Queremos criar hijos que busquen fuera lo que podrían encontrar en el vínculo familiar?

No creo que el camino sea demonizar las pantallas.Forman parte de nuestro mundo, y negarlas sería absurdo.

 El desafío es aprender a convivir con ellas conscientemente, entendiendo que lo importante no es si las usamos o no, sino desde dónde lo hacemos.

niño de la mano de su padre

¿Qué alternativas podemos ofrecer?

Hay días en los que todo se desborda.
Y en esos días, si una pantalla te salva cinco minutos de caos, no pasa nada.
De verdad, no pasa nada.
Lo importante es que no se convierta en la única salida.

Con el tiempo he ido encontrando pequeños recursos que me ayudan a equilibrar:

  • Rutinas claras. Cuando mis hijas saben qué viene después, se sienten más seguras y no necesitan distracciones constantes.
  • Juego libre. Dejarles espacio para inventar, construir, aburrirse.
  • Momentos compartidos. Aunque sean pocos, que sean reales. Es preferible 20 minutos presentes que una hora a medias.
  • Recursos portátiles. Libros, cuadernos, muñecos pequeños o materiales naturales pueden sustituir a la pantalla en esperas o viajes.
  • Dar ejemplo. Si quiero que mis hijas desconecten, tengo que empezar por mí. Dejar el móvil a un lado, mirarlas, estar.

Nuestra familia ha pasado de ir a cualquier sitio con una mochila llena de juegos ( plastilina, cuadernos apra dibujar y puzzles ) cuando eran pequeñas, a una baraja de cartas y hojas y boli para poder jugar al stop mientras esperamos la cena en un restaurante. Si nosotros hemos podido, es que se puede. Si se quiere. Así la comida es menos “tranquila” pero es más amena y sobre todo es compartida.

Nada de esto es fácil, pero sí posible.
Y cuanto más conscientes somos, más fácil se vuelve elegir distinto.

 

Un cambio que empieza dentro de nosotros

Veo con esperanza lo que va pasando en estos años. El cambio que observé entre mis dos hijas no es casual. Es el reflejo de una sociedad que empieza a despertar.

Por fin estamos hablando de esto sin miedo. Por fin empezamos a entender que las pantallas no son el enemigo, pero sí un espejo. Nos muestran nuestro ritmo, nuestro cansancio, nuestras heridas. Nos devuelven la pregunta esencial:

“¿Qué necesita realmente mi hijo o mi hija en este momento?”

Quizá no necesita una pantalla. Quizá necesita presencia, juego, aburrimiento, contacto, conversación. Y quizá nosotros necesitamos lo mismo.

 

Mirar más allá de la pantalla

Cada vez que entro en un restaurante y veo esas mesas donde los niños están callados frente a un móvil, me acuerdo de aquella época con mi hija mayor en la que íbamos cargados con una mochila llena de juegos y  juguetes.
Y sonrío, no con juicio, sino con comprensión.
Porque sé lo difícil que es sostener, y también sé lo poderoso que es cuando lo hacemos.

No se trata de ser padres perfectos, sino padres presentes.
De mirar a nuestros hijos a los ojos y atrevernos a preguntar:
“¿Qué necesitas ahora mismo?”
A veces la respuesta será juego.
A veces será silencio. Otras conversación o contar historias.

 Y a veces, simplemente, será que estemos ahí, sin prisa y sin pantallas de por medio.

Para seguir mirando juntos

Si este tema también te remueve, si alguna vez te has preguntado por qué recurrimos a las pantallas y cómo acompañar desde un lugar más consciente, te invito a seguir profundizando.
En Educar con otra mirada estamos preparando un e-book gratuito sobre pantallas y crianza, con reflexiones, ejemplos reales y herramientas prácticas para acompañar a tus hijos sin sentirte sol@ ni culpable.

Porque no se trata de luchar contra la tecnología, sino de aprender a convivir con ella desde la presencia y el vínculo.
Y eso empieza con otra mirada: la tuya.

👉 Si este tema te ha inspirado, pero no sabes cómo llevarlo a cabo, aquí estoy para ayudarte con asesorías personalizadas. Charlamos, vemos tu caso y vamos paso a paso.
Si quieres, escríbeme y lo hablamos, que juntos siempre es más fácil.

AUTOR: Marian Rodríguez. Mamá de dos, maestra de Infantil y Primaria, Asesora de familias y de centros educativos. 

 

13 de octubre de 2025
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