Recuerdo perfectamente la primera vez que mi hija me dijo “yo tolaaa” con esa lengua de trapo, mientras me miraba con esa cara de medio indignación que ponía cuando algo estaba clarísimo y se caía por su propio peso.
Una mañana cualquiera, de esas que empiezan con prisas, ella no tenía aún los dos años y quería ponerse los zapatos sin ayuda. Tardó una eternidad, se enfadó, se quitó lo que ya había logrado poner, ( calcetines y todo) y se volvió a empezar.
Yo respiraba hondo, intentando contener la impaciencia que me subía por dentro.
Y mientras la veía luchar con sus pequeños dedos, entendí que aquello no iba de zapatos.
Iba de crecer.
De probar, equivocarse y volver a intentar.
De sentir que podía.
A partir de los dos años (más o menos, algunos empiezan mucho antes…) , ese “yo solo” (o “yo sola”) se convierte en una frase habitual.
Los peques quieren comer, vestirse, recoger,barrer, lavarse las manos, subirse al columpio o cerrar la cremallera sin ayuda.
Y sí, lo hacen torpemente, con más comida fuera del plato que dentro, con calcetines del revés y zapatos cambiados de lado.
Pero detrás de ese follón hay algo maravilloso: la necesidad interna de crecer, de afirmarse, de descubrir hasta dónde son capaces de llegar.
Ya se que a veces, desde la mirada adulta, nos resulta agotador. Vamos con prisa, con el tiempo contado, y queremos que las cosas “salgan bien y rápido”.
Pero la infancia no entiende de relojes. Su ritmo es otro.
Y si no nos ajustamos a él, acabamos apagando poco a poco su curiosidad y su deseo de hacer.

🌿 Qué significa realmente ser autónomo
Oigo siempre por ahí eso de “ tenemos que fomentar la autonomía”, o mi “ hijo es muy autónomo”… y tendemos a pensar que autonomía es sinónimo de “hacer las cosas solo”. Pero no es solo eso.
Ser autónomo no es solo poder, es querer.
Un niño puede tener tres años y todas las habilidades necesarias para abrocharse el abrigo solo… y aun así no querer hacerlo.
Mientras que otro, con dos años, lo logra con naturalidad porque su deseo de hacerlo nace de dentro.
Por eso, cuando hablamos de autonomía infantil, no hablamos de que los niños hagan las cosas “sin ayuda”, no es sólo de ayudarles a que consigan que hagan las cosas “solos” sino de cultivar en ellos la voluntad de querer hacerlas, de sentirse capaces, de confiar en sí mismos.
La autonomía no se impone, se acompaña.
Y eso implica tiempo, observación, paciencia, paciencia, paciencia, paciencia y mucho amor.
🌱 Los periodos sensibles y el “yo solo”
María Montessori hablaba de los periodos sensibles como esas etapas del desarrollo en las que el niño muestra una necesidad intensa, casi instintiva, de aprender o practicar algo concreto. Son momentos en los que su mente y su cuerpo están perfectamente preparados para adquirir una habilidad, y todo su interés se concentra en ello.
Durante los primeros años de vida, los principales periodos sensibles son los del movimiento, lenguaje, orden, refinamiento de los sentidos, de los objetos pequeños…. donde los peques nos muestran una profunda y espontánea concentración y entusiasmo por actividades específicas que debemos aprovechar para que entrenen su autonomia desde su deseo, desde su gusto por hacer las cosas.
No son caprichos, ni una forma de retarnos. Es una manifestación natural de su desarrollo: los peques sienten la necesidad interna de hacer las cosas por sí mismo porque su cuerpo, su mente y su voluntad están empujándole a conquistar el mundo con sus propias manos.
Y es precisamente aquí donde aparece ese famoso “yo solo”.
En la pedagogía Montessori, la autonomía no se enseña, se permite.
Cada vez que un niño se sube solo al taburete para lavarse las manos, intenta ponerse la chaqueta o comer sin ayuda, no solo está practicando una destreza motriz: está construyendo su confianza, su autoconcepto, su sensación de “yo puedo”.
Acompañar estos momentos no es solo cuestión de paciencia o práctica, sino de respeto. Porque cuando los adultos hacemos cosas por los peques que ellos ya pueden hacer o al menos intentar, les estamos interrumpiendo un proceso vital para el que ya vienen preparados. y cuando les ofrecemos el tiempo, el espacio y la confianza, estamos diciéndole: “Confío en ti. Eres capaz.”
La autonomía, desde la mirada Montessori, no es una meta, es un camino.
Un camino que empieza con ese pequeño “yo solo” y se transforma, paso a paso, en un adulto libre, seguro y responsable de sí mismo.
Acompañar desde el cuidado
Durante los primeros años de vida, el desarrollo físico, emocional y cognitivo de un niño se construye sobre una base invisible pero esencial: el vínculo.
Ese vínculo se crea en los pequeños gestos del día a día: cuando le cambiamos el pañal sin prisa, cuando le miramos a los ojos mientras le vestimos, cuando respondemos a su llanto con calma y presencia.
No necesitamos “estimular” al bebé con actividades que parecen más educativas; necesitamos estar presentes en lo cotidiano.
Y la autonomía empieza ahí: en el cuidado que respeta el ritmo del otro.
Cuando le dejamos participar en el momento del baño, cuando esperamos a que meta el brazo por la manga o elige entre dos camisetas, le estamos diciendo sin palabras: “confío en ti”.
Y esa confianza es el motor de toda su autonomía, que se va construyendo poco a poco.
No adelantar hitos: dejar que el tiempo haga su trabajo
“¿Todavía no se sienta solo?”
“¿Aún no anda?”
“¿No ha dejado el chupete?”
La presión por adelantar los hitos del desarrollo está tan presente y planea por encima de nosotros todo tiempo, que parece una competición invisible entre padres.
Pero los niños no aprenden por atajos.Cada cosa llega cuando tiene que llegar, y empujar los procesos antes de tiempo no acelera el desarrollo, lo interrumpe.
La autonomía nace del cuerpo, no de la imposición. Y respetar el ritmo del desarrollo es una forma profunda de respeto.
No resolver todos sus problemas
A veces, sin darnos cuenta, los adultos robamos experiencias de aprendizaje a nuestros hijos y alumnos. Cuando corremos a ayudar antes de tiempo, cuando resolvemos cada obstáculo, les privamos de la oportunidad de descubrir por si mismos cómo hacerlo. Y de practicar el ensayo-error, que permite el aprendizaje.
El aprendizaje necesita ensayo, error, frustración, pausa y superación.
Sí, frustración.
Porque aprender, en realidad, es un proceso emocionalmente intenso.
Y nuestro papel no es evitarla, sino acompañarla sin rescatar.
Cuando mi hija intentaba ponerse los calcetines y no lo lograba, se enfadaba y me los lanzaba. Lo más fácil es decirle, “anda, trae que te los pongo”
Pero lo mejor para ella es esperar, armarte de paciencia, sentarte cerca y decirle, “yo se que tu puedes, intentalo otra vez, y si no, me pides ayuda”
Y entonces lo volvió a intentar, (mil veces porque esto es training) Y un día lo consiguió.
Ahí, en ese pequeño triunfo, con su sonrisa orgullosa y gigante de “ lo he consiguió” estaba germinando su autonomía.

Involucrarles en la vida real
A veces pensamos que para fomentar la autonomía hay que crear actividades especiales, “de aprendizaje”. Pero los niños no necesitan simulacros: la vida cotidiana ya es su aula.
Si hay algo que me encanta de la pedagogía Montessori es cómo las cosas más simples —echar agua, barrer, doblar un trapo, limpiar una mesa— se convierten en aprendizajes profundos.
Así nació la vida práctica Montessori: de observar que los niños, sobre todo en la primera infancia, no necesitan tanto “hacer actividades” como participar en la vida real.
María Montessori lo vio en las Casa dei Bambini: los peques no querían fichas, ni juguetes llamativos. Querían hacer lo que hacían los adultos. Y cuando se les ofrecía ese tipo de experiencias —lavar, preparar, cuidar— su concentración, su calma y su alegría eran inmensas.
Las actividades de vida práctica son la forma más natural de desarrollar la autonomía, porque no enseñan “a hacer cosas”, sino a confiar en uno mismo. Y son fantásticas porque no es necesario que se den en la escuela, porque se dan todo el tiempo en casa con nosotros. Solo hay que dejarles hacer ( cada uno en la medida de sus posibilidades) y asi no hay que “ entretenerles” buscando actividades sino “ involucrarles” en el día a si. Cada vez que tu peque limpia una mesa, riega una planta o se pone la chaqueta, está aprendiendo a cuidar su entorno, su cuerpo y su mente.
Y eso —mucho más que cualquier material o juego— sienta las bases de una verdadera independencia.
En la primera infancia no hace falta llenar el día de propuestas. Hace falta ofrecer tiempo, materiales reales y la posibilidad de hacer por sí mismos.
Porque en esos pequeños gestos cotidianos que comparten con nosotros en casa en la clase, está ocurriendo algo enorme: el niño está construyendo su sentido de competencia, de pertenencia y de capacidad.
En el fondo, la vida práctica no es una actividad más…
Es una forma de mirar la infancia con respeto, dejándoles espacio para decir, con orgullo: “yo solo”.
Así que Invítalos a cocinar, a poner la mesa, a doblar ropa, a pasar un trapo por los cristales. Dales un espacio en la cocina, un cajón accesible, un taburete donde puedan subirse a ayudarte en la encimera.
Cuando participan en lo que hacemos, se sienten parte de algo mayor. Y ese sentido de pertenencia refuerza su motivación.
🌻 Los límites y confiar en el proceso.
Acompañar no significa dejar que hagan todo lo que quieran. La libertad sin límites no educa, confunde.
Los niños necesitan saber qué pueden hacer y qué no, qué es peligroso, qué es necesario.
Y somos nosotros, los adultos, quienes debemos marcar ese marco desde la calma y la coherencia.
Los límites bien aplicados no frenan la autonomía, la sostienen. Porque cuando un niño sabe hasta dónde puede llegar, se siente seguro para explorar.
Y la seguridad emocional es el verdadero punto de partida para su independencia.
A veces sueño con un mundo donde podamos bajar las exigencias, donde los días no fueran una carrera de obstáculos, sino un paseo compartido.
Donde los niños puedan ser bebés sin prisa, sin que nadie les empuje a andar, a comer solos o a dejar el pañal antes de tiempo.
Nos pasa a todos: queremos verles crecer, pero no queremos ver el caos que conlleva ese crecimiento.
Queremos que coman solos, pero sin manchar.
Que se vistan solos, pero sin tardar.
Que dejen el pañal, pero sin accidentes.
Y, sin embargo, la autonomía se construye justamente ahí: en el desorden, en la torpeza, en el tiempo que tarda, todo ello con un marco de límites con firmeza y amor que les den confianza y seguridad.
💫 Cuando confías, todo cambia
He aprendido que acompañar la autonomía es un acto de fe.
Fe en sus capacidades.
Fe en su proceso.
Fe en que cada error es una posibilidad de aprendizaje.
Cuando confías de verdad, te das cuenta de que no necesitas dirigirlo todo.
Solo estar, observar, sostener y sonreír cuando dicen “yo solo” aunque sepas que va a tardar veinte minutos más.
Porque ese tiempo no se pierde, se invierte.
🌿 Autonomía, amor y presencia
Fomentar la autonomía no es enseñarles a hacerlo todo solos.
Es enseñarles que pueden hacerlo, si quieren, cuando estén preparados.
Es acompañar sin invadir, guiar sin controlar, mirar sin juzgar.
Es dar tiempo. Dar espacio. Dar confianza.
Así que la próxima vez que escuches un “yo solo”, respira.
Observa.
Y sonríe.Estás presenciando el inicio de algo grande.
La autonomía no se enseña, se cultiva… como una planta.
Y cada familia, cada niño, tiene su propio ritmo para florecer.
Si te gustaría que te acompañáramos a observar ese proceso y a encontrar herramientas respetuosas para el día a día, te esperamos en nuestras asesorías personalizadas.
A veces, un pequeño cambio en la mirada lo transforma todo.
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AUTOR: Marian Rodríguez. Mamá de dos, maestra de Infantil y Primaria, Asesora de familias y de centros educativos.

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