Lo que haces importa más que las palabras
El aula como reflejo del educador: cómo tu presencia transforma el ambiente.
Una de las mayores preocupaciones de maestras y educadoras es que los niños y niñas aprendan… no solo contenidos, sino también actitudes: ser generosos, respetar normas, tratarse con respeto, colaborar, crecer con autonomía, fortalecer su autoestima y aprender a tolerar la frustración.
Y para conseguir todo esto preparamos unidades didácticas, talleres, leemos cuentos… ¿Es eso suficiente? ¿Es lo más importante? No.
Tendemos a poner el foco en lo teórico, en lo que decimos: las instrucciones, las normas, los discursos motivadores o las explicaciones de un tema. Sin embargo, lo que más cala en los niños no son esas palabras, sino lo que perciben a través del ambiente que creamos.
Porque el verdadero aprendizaje no sucede solo por lo que decimos. Sucede en lo que viven estando contigo. Lo que respiran, lo que sienten, lo que perciben del ambiente.
El tono de voz, la manera en la que nos movemos, nuestra expresión facial, el ritmo con el que llevamos la jornada… Todo eso comunica mucho más que un discurso perfecto. Un niño puede no recordar exactamente lo que le explicaste sobre cómo resolver un conflicto, pero sí recordará si en ese momento te vio tranquila, accesible y dispuesto a escuchar.
Podemos repetir frases bonitas como “aquí nadie es más que nadie”, pero luego comparar a los niños (sutilmente o no). Podemos saber la teoría sobre validación emocional, pero no tenemos tiempo de parar para acompañar un llanto. Podemos desear que manejen mejor la frustración… mientras la nuestra hace aguas porque nos destapamos mil veces durante la jornada. Podemos agotarnos repitiendo “si es que se lo he dicho mil veces”, sin haber parado ni una sola vez a decírselo mirándole a la cara. Decimos mucho pero a veces no miramos donde realmente importa.
Porque, aunque suene obvio, lo que realmente marca la diferencia no es lo que decimos, sino lo que hacemos y transmitimos.
Y aquí hay algo clave: es muy importante que tú misma sepas qué parte de lo que estás haciendo resuena realmente contigo. Si tú no estás preparada, será muy difícil que puedas acompañar este proceso de manera respetuosa.
El aprendizaje significativo no se construye sobre frases bonitas, sino sobre experiencias vividas en un entorno que transmite coherencia. Si quieres que tus alumnos ( o tus hijos) aprendan a escucharse y a respetar a los demás, es necesario que ellos lo experimenten contigo, día tras día, en las pequeñas interacciones cotidianas.
No basta con decir “puedes equivocarte”, hay que sostener con paciencia ese error sin ridiculizarlo. No basta con hablar de respeto, hay que practicarlo incluso cuando estamos cansados o bajo presión. No basta con enseñar a resolver conflictos, hay que modelar cómo se hace con serenidad y empatía.
Esto conecta directamente con la pedagogía Montessori, donde el adulto es “guía y modelo”, mostrando con su ejemplo la forma de relacionarse con el mundo y de cuidar el ambiente. En Waldorf sucede algo similar: el maestro no sólo transmite contenidos, sino que impregna cada gesto, palabra y acción de un sentido profundo que los niños absorben sin filtros. En ambas pedagogías, lo que somos y transmitimos pesa mucho más que lo que decimos.
El aula es un espejo: devuelve lo que tú pones en ella. Si transmites calma, orden y respeto, eso se multiplica. Si transmites prisa, tensión o desconexión emocional, eso también se percibe y se imita. Y ahí está el gran reto: cuidar de nuestro propio estado emocional para poder sostener el de los niños.
He visto durante años a educadoras y maestros muy preparados, con una formación sólida y gran vocación, que aun así se veían desbordados por sus grupos. Una clase en calma suele tener detrás a una educadora presente y equilibrada; una clase revuelta, a alguien que —por el motivo que sea— no logra estar presente.
Recuerda que ellos aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Tu forma de estar, más que tus palabras, es la verdadera lección que se llevan a casa.
Ahora dime :¿Qué ambiente se respira en tu aula?
- ¿Es un lugar donde la armonía se siente en el aire y donde tu propia curiosidad también encuentra espacio para jugar?
- ¿Siembras tú la calma que luego esperas recoger en ellos?
- ¿Qué experimentan los niños y niñas al estar contigo?
Para que puedan desplegar su esencia auténtica —esa que está hecha de creatividad, empatía y curiosidad — necesitan sentirse seguros, amados, reconocidos y vistos. Esa sensación de seguridad es la llave que abre la puerta del aprendizaje significativo.
No se trata solo de diseñar propuestas brillantes: si no descansan sobre un ambiente de confianza y cuidado, se transforman en ruido y desconexión. ¿Ponemos por delante los contenidos al clima emocional? En realidad, es al revés: proteger la esencia del niño o niña —más que rellenar fichas o completar un dossier— los acerca a su propio aprendizaje profundo.
El entorno físico también habla. Cuando lo cuidas, respiras libertad, orden, belleza y flexibilidad. Ese ambiente prepara el terreno para un aprendizaje activo y motivado, como promueven las pedagogías activas y construccionistas. De todo ello te hablamos en este articulo y en nuestro curso “Construir espacios de Aprendizaje”
Claves para despertar el aprendizaje significativo desde el ambiente
Construir un clima emocional auténtico
Sé coherente. Lo que transmites con tu cuerpo, tono y mirada importa tanto como tus palabras. El aula debe sentirse segura y acogedora, un espacio donde la calma y la curiosidad puedan crecer.
Conectar con lo que ya saben
En Montessori , Reggio y Waldorf, el aprendizaje para tenga sentido, necesita anclarse en sus experiencias previas. El aprendizaje significativo se construye sobre lo que ya traen, no desde cero.
Promover la participación activa
Cuando los niños participan, preguntan, observan y reflexionan, se convierten en protagonistas de su aprendizaje. Esto despierta motivación y refuerza el vínculo con lo aprendido. El aprendizaje se produce a través de la emoción.
Celebrar lo emocional, no solo lo académico
Aprender también es sentir, confiar y conectar. La autoestima, el respeto y la confianza son motores invisibles que sostienen todo proceso de aprendizaje.
Construir un aprendizaje significativo en el aula no es cuestión de llenar la agenda, sino de sembrar conciencia en el día a día. Se trata de cuidar el ambiente emocional, acompañar cada experiencia del niño, estar presente, y ver que lo más poderoso no es lo que decimos… sino lo que vivimos juntos.
Una invitación
Si trabajas en una escuela, te animamos a mirar con otros ojos este inicio de curso. A bajar el ritmo. A priorizar lo invisible. A hacer del tiempo de acogida un ritual sagrado y compartido.
Si quieres que te eche una mano y transformar- te desde el inicio de curso , escríbeme y nos ponemos manos a la obra. Ofrezco asesorías para docentes y equipos educativos, para crear aulas más calmadas y felices.
Porque lo que sembramos en septiembre… lo recogemos durante todo el año. 🌱
AUTORA: Marian Rodríguez Mamá y Maestra de Educación Infantil y Primaria.
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